Hace apenas un siglo el faraón era un gran desconocido, pero todo ello comenzó a cambiar a partir del 4 de noviembre de 1922, gracias a la tozudez y tenacidad de uno de los pocos que sabían de su existencia: el arqueólogo británico Howard Carter.
Ese día un golpe de suerte recompensó la obstinación de Carter, quien había pasado los cinco años anteriores excavando en el Valle de los Reyes, sin hallar nada realmente relevante. Uno de los niños que repartía agua a los trabajadores de su expedición se tropezó con una inusual piedra.
El chico le informó a su patrón y éste comenzó a limpiar el terreno y se percató de que la piedra en cuestión en realidad era el peldaño de una escalera cortada en el lecho de la roca. Al despejar la tierra acumulada durante siglos se encontró con una puerta de barro estampada con sellos ovalados y jeroglíficos. El hallazgo de la tumba de Tutankamón, repleta de tesoros, convirtió a Carter en el arqueólogo más famoso del mundo. Esto, a pesar de que no estudió esta disciplina. Carter nació el 9 de mayo de 1874 en el barrio londinense de Kensington y fue el menor de 11 hermanos.
Debido a que fue un niño enfermizo pasó largas temporadas tanto en la casa familiar de la capital británica, como la que sus parientes maternos tenían en la localidad inglesa de Swaffham, en el centro de Inglaterra. De allí que su instrucción la asumieran sus progenitores, en particular su padre, Samuel John Carter, quien era un reputado pintor.